lunes, 4 de julio de 2011

FESTIVAL DE CINE LIMA INDEPENDIENTE: UN BALANCE PERSONAL


Teoría de cuerdas (Luján Montes, Gabriel González Carreño, Clara Frías, Laura Focarazzo y Luciana Fo.  Argentina, 2010)


112 obras cinematográficas, la mayoría inéditas en el país, provenientes de diversos lugares de nuestro país y del extranjero, retrospectivas de Richard Kerr y Raúl Perrone (de quien además hubo una exposición fotográfica) y un justo homenaje al recientemente fallecido cineasta nacional Armando Robles Godoy. Nuevos espacios, nuevo público, nuevo cine.

El Festival de Cine Lima Independiente mostró mucho más que películas. Mostró que el cine, como manifestación cultural es patrimonio de dominio público (en lo que a exhibición se refiere, no a los derechos de cada realizador sobre su obra, aunque personalmente me gusta más lo que dijo Godard: “Los artistas no tienen derechos, tienen deberes”) y como bien público ha de ser accesible a todos los públicos. Ahora, no es que me oponga a retribuir a un creador que vive de su creación. Lo que sí me opongo es a pagar precios abusivos que benefician más a intermediarios (quienes tienen derecho a la usura, pero a mí no me interesa beneficiarlos) que mayormente tienden a la elitización. La accesibilidad es una garantía para contrarrestar también a los facilistas que piensan que ciertas películas son snob, o que el hecho de que no sean masivas las hace impasibles e indigeribles.

También pudimos ver que, al igual que las películas, sólo basta una idea en la que creer (así es mis queridos posmodernistas, las ideas y la fidelidad a ellas aún no han muerto) para poder crear. El poder de creer es el poder de crear. La organización del Festival costó, pero el precio lo pagamos todos, en un esfuerzo comunitario en el que instituciones, colectivos, realizadores, críticos, cinéfilos y sencillamente seres humanos que se enteraron de esta iniciativa, simpatizaron por la misma y aportaron con apoyo económico, con sedes, soporte técnico y apoyo en las proyecciones y actividades del Festival. En tiempos de dictadura de la economía de mercado, esta actitud de desprendimiento es realmente loable.

(Manuel de Ribera de Christopher Murray y Pablo Carrera. Chile.2010)

 
Ahora, con respecto a las películas, que es al fin lo que realmente nos importa, tener acceso a obras de notable calidad expresiva (porque personalmente, me zurro en lo que digan los puristas de la imagen, la ‘notable’ fotografía de comercial de perfume y el preciosismo high tech) curadas y reunidas en una programación de toda una semana realmente me dejó exhausto, abrumado, alucinado y fascinado. Los trabajos de Raúl Perrone, pionero e ícono del cine independiente en la región, reunidos por primera vez para el público peruano, nos dieron la oportunidad de acercarnos a una de las propuestas que desde la década del 90 desencadenaron, en muchos casos, la idea del cine de temática cotidiana, de muy bajo presupuesto, y en formatos caseros.

Descubrir tesoros como el documental Parador Retiro (2010) del argentino Jorge Leandro Colás, la mirada madura y sensibilidad de José Luís Torre Leiva en su documental Tres semanas después, y a modo de ‘réplica’ el corto ganador La calma del peruano Fernando Vílchez, los cortos de Maya Watanabe, la originalidad de Priotr, del chileno Martín Seeger, la incomprendida (y en muchos sentidos genialmente incomprensible) película argentina Teoría de Cuerdas, cuyo título nos da bastante anticipo de lo que podamos ver, sin pasar por alto aquellas 2 maravillas que son Todos Vos sodes capitans de Oliver Laxe y Manuel de Ribera de Christopher Murray y Pablo Carrera.

Todas ellas, salvo la multipremiada película de Oliver Laxe, son trabajos en digital. Muchos de ellos son tesis de vida, manifiestos sediciosos, estilos disidentes, otros producidos bajo condiciones que muchos considerarían desafiantes (sobre todos aquellos que estarían dispuestos a gastar 300,000 ó más para un transfer), es decir un tipo de cine que no espera 4 años para aspirar algún fondo internacional, que no hace colas complacientes para burócratas que quieran intervenir en la película para hacerla “más visible”. Son anti comerciales pero no esquivas, pues muchas podrían bien estar en cualquier cartelera si esta no estuviera acostumbrada a la bosta.

El Festival ha sido independiente mostrando películas verdaderamente independientes.

 
Existen muchos públicos, muchas películas, muchos espacios, pero era ya insultante que no existiera un espacio que reuniera este cine, para este creciente público que sigue cineclubs, que compra en el pasaje 18 de Polvos Azules o que Taringa, Emule y los Torrents suplen sus necesidades cinéfilas. Que en pleno siglo XXI, en plena revolución informática, no se acepten trabajos en digital, o que se les reduzca a muestras por no entrar en estándares acartonados de hace décadas, que se privilegie sólo un modelo de producción, y casi una sola estética, habla mucho de nuestra realidad cinematográfica.

Mientras muchos reclamen la existencia de más fondos, de subsidios para carreras ya hechas, de industria (¿bajo qué modelos?), de mayor cantidad de “producciones” hechas bajo esos criterios, los cineastas (auto)relegados hacen películas, se hacen de espacios, y tratan de llevar a la gente una alternativa ante la saturante y neocolonizada cartelera limeña.

Pero el Festival también mostró la necesidad de una Escuela de cine, de espacios para que los cineastas confluyan propuestas, compitan (visto esto desde la mejor acepción), dialoguen, se alimenten de las tendencias, de los nuevos cines a fin de mejorar su propio lenguaje. Llego a esta conclusión al ver la distancia entre lo que se está haciendo aquí y lo que, casi con las mismas condiciones y presupuestos, se hace en Chile, Argentina, Bolivia, por mencionar algunos países de la región. El factor diferencial no puede la industria, porque de lo contrario, todas las películas saldrían bajo modelos de industria y ese no es el caso.

Además de llevar ese dialogo con cineastas, críticos y público de esos países, algo que también consiguió y puede conseguir mejor después del Festival, ya que este espacio sirve para que el ciclo de vida de nuestras películas se prolongue, aparte de los esfuerzos personales de cada realizador por internacionalizar su trabajo.


(Tres semanas después, de José Luís Torres Leiva. Chile. 2010)

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