martes, 5 de julio de 2011

¿Qué es el cine independiente?



En simples palabras; ver una película que me produce la sensación de deberse a sí misma; que no está parametrada a ganar un Festival, a gustar a cierto típico crítico que cree que ver crecer la hierba es cine, o que mostrar a 2 personas tener sexo explícito es ser arriesgado, que se esfuerza por ser “interesante” entendiéndose esto como mostrar historias bizarras (reales o ficticias), con personajes lunáticos, caricaturizados a lo MTV o Locomotion, que se introducen tubérculos al cuerpo, o marginales que beben su propia orina, que se tatúan con sus propias uñas arrancadas de raíz o que son adictos al insecticida para hormigas.

Las poses pop art cholo, las citas de escritores “malditos”, los embustes de intervenir un registro documental para ficcionalizar, la estética reality show, porque eso está de moda. Esas tonterías de manipular la imagen con filtros cochinos, o de colorcitos sicodélicos que ya son anacrónicos, de buscar ser la versión peruana y autárquica de Bresson, de intentar, y sólo eso, ser Tarantino trasnochado, Gonzales Iñarritu en ayawasca.

Darle giros a la historia, todo ese desmadre saturnino de que los malos sean buenos y los buenos no tan buenos y las fruslerías al estilo Christopher Nolan sin genio.

Osea, no hacer una película furcia que postule a que dentro de cuatro años le caiga financiamiento para el “transfer”, una irrumación de productor o financista que siempre busca “mejorar” algunos aspectos formales y narrativos a fin de “vender mejor” la película.

Hago aquí un paréntesis: si haces una película para venderla, entonces eres más comerciante que cineasta, no sé hasta qué punto pero, no podrás negar que haces la película para que determinado público la consuma, y utilizarás determinados códigos y parámetros de venta, algo que haga tu película “aceptable” para muchos o algunos muchos.

Nadie tiene derecho de descalificar, no pretendo hacerlo, sólo se trata de poner las cosas claras. Si alguien me dice que George Lucas es tan independiente como Rafael Arévalo, no me lo trago.

Un director puede creer en sí mismo, en sus ideas, en sus propuestas, y darse por ellas. ¿Eso es ser independiente? Las convicciones no hacen la independencia, es más podría decir que la maniatan. Los principios hacen la diferencia, porque está respaldado por el sentido común, por la búsqueda de bienestar comunitario, pues son en esencia éticos y morales.

Una convicción en cambio, tiende a ser ciega muchas veces, se puede confiar falsamente. Muchos directores pueden tener la convicción de que sólo una industria puede salvar el cine, como si la cantidad, las cifras de dólares elevadas y las estéticas clasificadas, etiquetadas, empaquetadas y puestas a la venta como “novedades”, puedan ser determinantes para las calidades o mejor dicho, para la variedad, y no me refiero sólo a géneros, pues la industria del embrutecimiento (o lo que algunos llaman entretenimiento) es experta en brindar la ilusión de la novedad en lo repetitivo, de lo único e individual en lo que lleva código de barras. Hay que ver a un quinceañero que se cree único porque escucha a Tokio Hotel para darse cuenta de eso.

Ok, el cine necesita público para existir, pero asumir que el público es homogéneo y que por eso las películas deben serlo, me parece insultante, es asumir que al público hay que tratarlo como a débiles mentales.

Ser independiente conlleva asumir una posición radical; los cineastas de la posvanguardia rechazan la homogeneidad y la globalización de las imágenes, así como el discurso único, las imposiciones del lenguaje dictado por parámetros neocolonizantes. El cineasta independiente está contra la mercantilización y banalización de los valores de las imágenes, pues estas le dan forma a nuestra condición humana, nos identifican, nos dan un patrimonio cultural, nos hacen ser nosotros.
 
El cineasta independiente está contra lo políticamente correcto, pues de lo contrario sería un empleado más. Para ser independiente tienes que rebelarte y rechazar los discursos oficiales, navegar contracorriente, mantener una actitud y postura de crítica radical.

En el arte las palabras más comunes deben ser radicalismos contra lo establecido.

Los cineastas viven y producen el constante desplazamiento del mundo del arte, en muchos aspectos. El lenguaje audiovisual ha cambiado y está cambiando, pero es más significativo el caso del cine. De la vanguardia se heredaron la experimentación, los planteamientos eclécticos, lo multidisciplinario, el dialogo con las otras artes, la asimilación de los avances del pensamiento, de la filosofía, de la estética, los nuevos enfoques históricos, los revisionismos y todo aquello que se opone a que las cosas estén bien tal como están en beneficio de los de siempre.


El cine puede ser un instrumento de resistencia, una acción política; arriesgarse a equivocarse, ir a la incertidumbre en vez de conformarse con un falso saber impuesto. Cómo diría Ángel Quintana de Cahiers du cinema: “El cine digital no ha servido únicamente para crear los mundos en los que Lara Croft acabará ganando el Oscar a la mejor actriz, sino también para aumentar el deseo de filmar las ruinas de nuestra civilización.”
 
Carlos Losilla dice: “¿Por qué no ser radicales? ¿Por qué no poner al espectador contra las cuerdas del sentido, de sus límites? ¿Por qué no aniquilar todas sus certezas para salvaguardar la excitación de la búsqueda constante?”

Ahora, para muchos el cine “independiente” ya tiene fórmulas.

Más allá de presupuestos, financiamientos, de formatos, soportes y asuntos técnicos, la independencia es autonomía, es hacer la película menos dependiente de un factor de gusto externo, sea este el de un “público”, el perfil de un festival, la endogamia con la crítica, y sobre todo, la concesión con el lenguaje homogenizado, industrializado. Que una película independiente intente “ser” como una película de industria, o que busque codearse con el circulito indie sundanceado o, como diría Alberto Fuguet, rotterdaniano, es casi como vender sándwiches al costado de Mc Donalds.

Pero, justamente para eso vale la pena poner las cosas claras, porque si ser independiente es la etiqueta que te hacer estar dentro del sistema sin ser parte de él (osea, sí, pero no) entonces es un embuste, una patraña. Tomar coca cola o pepsi no importa mucho, un independiente preferirá siempre un emoliente en la esquina.
Ser cineasta independiente no es cómodo, es peligroso. Si sólo se tratara de armar historias frikis, de buscar tipologías seudo marginales, de estéticas extremistas que rayan entre el videoarte y el videoclip, la cosa sería tranquila.
Se trata de decir lo que otros callan, de no escudarse en la tibieza, de incomodar, de no deberle nada a nadie, para tener siempre la libertad de no tener reparos en lo que se dice, de mearse en el protocolo, en lo políticamente correcto, de zurrarse en las normas de viejos enciclopedistas con sus miles de “esto no se debe hacer”.
Podría concluir en que ser independiente es algo así como ser suicida, con todas las ventajas y compromisos que ello implica.


lunes, 4 de julio de 2011

FESTIVAL DE CINE LIMA INDEPENDIENTE: UN BALANCE PERSONAL


Teoría de cuerdas (Luján Montes, Gabriel González Carreño, Clara Frías, Laura Focarazzo y Luciana Fo.  Argentina, 2010)


112 obras cinematográficas, la mayoría inéditas en el país, provenientes de diversos lugares de nuestro país y del extranjero, retrospectivas de Richard Kerr y Raúl Perrone (de quien además hubo una exposición fotográfica) y un justo homenaje al recientemente fallecido cineasta nacional Armando Robles Godoy. Nuevos espacios, nuevo público, nuevo cine.

El Festival de Cine Lima Independiente mostró mucho más que películas. Mostró que el cine, como manifestación cultural es patrimonio de dominio público (en lo que a exhibición se refiere, no a los derechos de cada realizador sobre su obra, aunque personalmente me gusta más lo que dijo Godard: “Los artistas no tienen derechos, tienen deberes”) y como bien público ha de ser accesible a todos los públicos. Ahora, no es que me oponga a retribuir a un creador que vive de su creación. Lo que sí me opongo es a pagar precios abusivos que benefician más a intermediarios (quienes tienen derecho a la usura, pero a mí no me interesa beneficiarlos) que mayormente tienden a la elitización. La accesibilidad es una garantía para contrarrestar también a los facilistas que piensan que ciertas películas son snob, o que el hecho de que no sean masivas las hace impasibles e indigeribles.

También pudimos ver que, al igual que las películas, sólo basta una idea en la que creer (así es mis queridos posmodernistas, las ideas y la fidelidad a ellas aún no han muerto) para poder crear. El poder de creer es el poder de crear. La organización del Festival costó, pero el precio lo pagamos todos, en un esfuerzo comunitario en el que instituciones, colectivos, realizadores, críticos, cinéfilos y sencillamente seres humanos que se enteraron de esta iniciativa, simpatizaron por la misma y aportaron con apoyo económico, con sedes, soporte técnico y apoyo en las proyecciones y actividades del Festival. En tiempos de dictadura de la economía de mercado, esta actitud de desprendimiento es realmente loable.

(Manuel de Ribera de Christopher Murray y Pablo Carrera. Chile.2010)

 
Ahora, con respecto a las películas, que es al fin lo que realmente nos importa, tener acceso a obras de notable calidad expresiva (porque personalmente, me zurro en lo que digan los puristas de la imagen, la ‘notable’ fotografía de comercial de perfume y el preciosismo high tech) curadas y reunidas en una programación de toda una semana realmente me dejó exhausto, abrumado, alucinado y fascinado. Los trabajos de Raúl Perrone, pionero e ícono del cine independiente en la región, reunidos por primera vez para el público peruano, nos dieron la oportunidad de acercarnos a una de las propuestas que desde la década del 90 desencadenaron, en muchos casos, la idea del cine de temática cotidiana, de muy bajo presupuesto, y en formatos caseros.

Descubrir tesoros como el documental Parador Retiro (2010) del argentino Jorge Leandro Colás, la mirada madura y sensibilidad de José Luís Torre Leiva en su documental Tres semanas después, y a modo de ‘réplica’ el corto ganador La calma del peruano Fernando Vílchez, los cortos de Maya Watanabe, la originalidad de Priotr, del chileno Martín Seeger, la incomprendida (y en muchos sentidos genialmente incomprensible) película argentina Teoría de Cuerdas, cuyo título nos da bastante anticipo de lo que podamos ver, sin pasar por alto aquellas 2 maravillas que son Todos Vos sodes capitans de Oliver Laxe y Manuel de Ribera de Christopher Murray y Pablo Carrera.

Todas ellas, salvo la multipremiada película de Oliver Laxe, son trabajos en digital. Muchos de ellos son tesis de vida, manifiestos sediciosos, estilos disidentes, otros producidos bajo condiciones que muchos considerarían desafiantes (sobre todos aquellos que estarían dispuestos a gastar 300,000 ó más para un transfer), es decir un tipo de cine que no espera 4 años para aspirar algún fondo internacional, que no hace colas complacientes para burócratas que quieran intervenir en la película para hacerla “más visible”. Son anti comerciales pero no esquivas, pues muchas podrían bien estar en cualquier cartelera si esta no estuviera acostumbrada a la bosta.

El Festival ha sido independiente mostrando películas verdaderamente independientes.

 
Existen muchos públicos, muchas películas, muchos espacios, pero era ya insultante que no existiera un espacio que reuniera este cine, para este creciente público que sigue cineclubs, que compra en el pasaje 18 de Polvos Azules o que Taringa, Emule y los Torrents suplen sus necesidades cinéfilas. Que en pleno siglo XXI, en plena revolución informática, no se acepten trabajos en digital, o que se les reduzca a muestras por no entrar en estándares acartonados de hace décadas, que se privilegie sólo un modelo de producción, y casi una sola estética, habla mucho de nuestra realidad cinematográfica.

Mientras muchos reclamen la existencia de más fondos, de subsidios para carreras ya hechas, de industria (¿bajo qué modelos?), de mayor cantidad de “producciones” hechas bajo esos criterios, los cineastas (auto)relegados hacen películas, se hacen de espacios, y tratan de llevar a la gente una alternativa ante la saturante y neocolonizada cartelera limeña.

Pero el Festival también mostró la necesidad de una Escuela de cine, de espacios para que los cineastas confluyan propuestas, compitan (visto esto desde la mejor acepción), dialoguen, se alimenten de las tendencias, de los nuevos cines a fin de mejorar su propio lenguaje. Llego a esta conclusión al ver la distancia entre lo que se está haciendo aquí y lo que, casi con las mismas condiciones y presupuestos, se hace en Chile, Argentina, Bolivia, por mencionar algunos países de la región. El factor diferencial no puede la industria, porque de lo contrario, todas las películas saldrían bajo modelos de industria y ese no es el caso.

Además de llevar ese dialogo con cineastas, críticos y público de esos países, algo que también consiguió y puede conseguir mejor después del Festival, ya que este espacio sirve para que el ciclo de vida de nuestras películas se prolongue, aparte de los esfuerzos personales de cada realizador por internacionalizar su trabajo.


(Tres semanas después, de José Luís Torres Leiva. Chile. 2010)