jueves, 3 de mayo de 2012

EL ÁRBOL DE LA VIDA: Apología a una película insuperable


"El árbol de la vida" Terrence Malick (2011)



El concepto de “árbol de la vida” es una hierofanía, es decir, un objeto terrenal que manifiesta lo sagrado, pero que sin embargo no está determinado a la religión o una cultura en particular, sino que esta se produce cuando la experiencia de lo sagrado trasciende a la realidad material y se diferencia al objeto del espacio profano que lo rodea.

Los relatos tradicionales y mitos existentes sobre el “árbol de la vida” están alrededor del orbe, teniendo versiones disímiles en cada época y cultura, pero que, más o menos, coinciden en el fondo; es una encarnación de los principios inagotables y eternos de la vida, a la vez que representa el elemento unificador entre el submundo, la superficie y el cielo (sea lo que sea que represente estos para las diferentes culturas y pueblos), desde la narración Bíblica, pasando por la epopeya babilónica de Gilgamés, el “Soma” de los Vedas, el “Haoma” del Avesta, hasta el sudamericano Wadaka Piapo. El “árbol de la vida” asume también ser la fuente de todos los conocimientos enramados y relacionados entre sí, de forma aparentemente caótica para el menos precavido, pero que en su entramado intenta explicarlo todo desde todas las voces.

Pero, más que ser este un comentario sobre coníferos y mitología, es un punto de entrada, de considerable importancia si uno quiere acercarse a la última obra de Terrence Malick (ese filósofo hecho cineasta), que lleva justamente ese título.


"El árbol de la vida" Cabalístico
"El árbol de la vida" de Gustav Klimt (1909)
"Yggdrasil" ("árbol de la vida") según la leyenda nórdica

El árbol de la vida es una obra magna y monumental. Su afán, pretensioso para algunos, ambicioso para otros,  por desentrañar el mismo espectáculo de la vida y el origen del universo y la existencia, desde la microscópica mirada a una familia americana de los 50, tal vez halla conseguido lo que probablemente ningún film a la fecha ha logrado: explicarlo todo.

Mitología y realidad, inicio y conclusión, creencia y certeza, esperanza y fatalidad, inocencia y culpa, maldad y bondad, alabanza y lamento, afrenta y redención, historia y recuerdo, destino y finalidad, todo el juego dual, en la que se nos involucra desde antes de nuestro nacimiento, que existe o que viene a existir (o mejor dicho, cuando descubrimos su existencia) por nuestra simple pregunta, ¿porqué?, todo ello está presente en esta sublime película.

Entonces el “qué” el “cómo” y principalmente el “porqué” (pues en el film importan las motivaciones y las causas de los fenómenos y acciones) confluyen en el devaneo de nuestro entendimiento.

Sería insulso también, acercarse a la obra sin previo conocimiento de la teología cristiana básica, pues, a pesar de no ser una cinta religiosa, el eje y las referencias de la película tienen su punto de partida en los cuestionamientos existenciales presentes en la historia bíblica del patriarca Job, es decir, el gran tema de la película es la simple interrogante ¿porqué le ocurren cosas malas a la gente buena? O poniéndolo de forma más simple ¿porqué ocurren las desgracias si Dios es bueno y debería cuidar de nosotros? Sin importar la postura del espectador con respecto al cristianismo, coincido con Humberto Eco cuando menciona “Es imposible entender digamos tres cuartos del arte occidental si no se conocen los hechos del Antiguo y del Nuevo Testamento”.

Pero no sólo es el cristianismo y la mitología lo que prima en la película. Encontramos también las posiciones científicas más aceptadas sobre los orígenes del universo, así como múltiples referencias a los clásicos de la literatura, elevados a la categoría de leyendas y alegorías a las verdades trascendentales, sea que las aceptemos o no.




Entrando ya en la película y sus muchas vertientes, esta inicia con una cita bíblica del referido libro de Job, seguida de un gráfico animado etéreo e imponente, ante el cual se oye a modo de plegaria  “Hermano…madre…ellos me trajeron hasta ti” De pronto la línea que seguirá la película se describe con la voz en off de la madre, que traza la diferencia entre el camino de la gracia y el de la naturaleza; mientras que seguir la gracia es una vida de servicio, abnegación, piedad y humildad, seguir la senda de la naturaleza es ser interesado e insolente, encontrar la forma de envanecerse,  ser infeliz a pesar de tanta belleza, y condicionar todo a los irrefrenables y codiciosos deseos propios. Estos 2 caminos aparentemente incompatibles, dinamizan en la existencia y se representan en la dualidad de los padres de Jack, un muchacho inquieto y curioso, primogénito de esta joven familia de los años 50. El logro de la película es mostrar esa dualidad enfrentada en cada parte del universo; la belleza de la vida no está exenta de la violencia de la muerte, pues la explosión, el choque, el fuego dan lugar al nacimiento, a la generación y creación. Los grandes fines vistos desde la altura pueden ser confundidos por injusticia desde el llano.

“¿Cómo llegaste Tú a mi?” se pregunta luego, la misma voz del inicio, que hasta aquí sabemos que es de un Jack adulto “¿Cómo me alejé de ti?”. Es por tanto un viaje al conocimiento y encuentro con Dios o con el todo absoluto, así como entender sus propósitos, leyes o principios. Hasta aquí, los creyentes pueden sentirse identificados. Pero de pronto, el big bang, los periodos geológicos, la evolución, la confluencia atómica y subatómica en el origen y desarrollo de la vida, tratados con el mismo misticismo como si los hombres testarudos no hubiéramos separado fe y razón, ciencia y creencia.





En el transcurso de la película se desarrollan y representan a través de estos personajes, los relatos y mitos contextualizados a la época, acompañados de imágenes de extrema belleza, hipnóticas en sí mismas, predominando la mirada llena de asombro y respeto de Malick (es simplista reducir esa admiración metafísica a un simple panteísmo). Encontramos referencias edípicas en la relación primaria del joven Jack con sus padres, el descubrimiento del mal, la elección del fruto prohibido, lo dantesco de sus descubrimientos y revelaciones, a Caín y Abel en la escocida relación con su hermano menor, poseedor de todo lo que Jack carece y que sin embargo desea: Gran carisma, talento, y la tan anhelada y esquiva aceptación. Este fallecería en la plenitud de sus días, desembocando una gran vacío y depresión en todo el seno familiar.

Lo que nos lleva al otro gran tema de la película: cómo (no) asimilar una gran pérdida. La fiel y devota madre no se explica cómo Dios puede “quitarle” a su noble y bondadoso hijo, “Ahora está en manos de Dios” le dicen a modo de consuelo, a lo que replica descorazonada “¿Acaso no ha estado siempre ahí?”

Las promesa de fidelidad hechas por la madre a la Divinidad, la consagración de sus pasos y la de sus hijos, se incineran ante tanto dolor “¿Qué somos para ti?” cuestiona al cielo acongojada. No hay consuelo que sirva, sin embargo, en ese momento, aparece el gran segmento de la película, un nuevo paseo por la prehistoria y el origen de las desgracias incomprensibles, vemos como el movimiento volcánico causa exceso de oxigeno y carbono que posteriormente generan la aparición de las grandes bestias cretácicas, vemos primeramente un sauropodo herido, con cuya sangre se tiñen los mares. Pero, misteriosamente, el film se detiene para mostrarnos a un pequeño dinosaurio que, indefenso, pasea por la jungla y que momentos después aparece en un río, mortalmente herido sin mostrarnos qué le atacó (curiosamente tampoco vemos o sabemos qué mata al hermano de Jack). De pronto aparece un teropodo que sólo atina a aplastarle el cráneo a modo de eutanasia. Luego, un acercamiento a un asteroide que parece danzar con la gran música que acompaña a toda la película. Sería este asteroide el que se estrellaría con la tierra y acabaría con todo ese orden de las cosas y a la vez abriría otra etapa en la tierra.

Es cuando regresamos a Jack, adulto, taciturno y que no puede concentrarse en su trabajo de arquitecto, recordando su niñez que transcurrió como la de cualquier mortal, cuestionándose a cada experiencia pueril la ineficacia de “ser bueno” en un mundo en el que ocurren inexplicablemente tantas desgracias. “¿De qué sirve ser bueno, si tu no lo eres?” le responde a  Dios ante una pregunta no realizada. “Puede pasarle a cualquiera” se dice para sí cuando ve a un pedófilo ser apresado, mientras ve como un incendio consume un hogar y deja deformado a un inocente niño, y cómo otro muere ahogado en la piscina del condado. “Su madre es muy ingenua. No está bien ser tan bueno…la gente se aprovecharán de ustedes…” le dice el padre a sus hijos.

El origen del universo se justifica para explicarnos que todo lo que existió tuvo que pasar por el filtro de la violencia, de la fatalidad, del mal inducido que deviene en un fin noble y provechoso, si se sabe entender. Es difícil entender el fin desde los medios, no puedes entender la paz desde el sufrimiento, el universo nos muestra una y otra vez que una no es sin la otra.

La unidad y equilibrio personal en aceptar lo destinado, lo que debería ser en lugar de lo que esperábamos que sea. Las razones están por encima de nuestra minúscula y precaria existencia, sólo somos parte de un todo, y sin embargo todo lo que nos sucede trasciende a lo infinito. Ya depende del espectador que entiende por todo.

Jack va asimilando todo ello, aceptándose, perdonando(se), conforme la remembranza le va mostrando, intercalandose con visiones intermitentes de un futuro glorioso, recupera el árbol que sembrara con su padre en su niñez, trata de unirlo a su nueva construcción, pero se ve reducido, no es más un elemento unificador, sino un ornamento orgánico en un mundo de concreto. “Todo el mundo es tan codicioso” se lamenta. Jack comprende que para encontrarse tiene que perderse, y que para ganar su alma, su hermano tuvo que dar su vida. Descubrir esa salvación hace que se dé la elipsis final en la película. De pronto, vemos el fin de los tiempos, la resurrección de los muertos, la paz y armonía eternas, todas las generaciones reunidas en una albigínea playa, que no es como ningún relato sagrado. No es como ningún libro lo haya descrito, es simplemente el lugar donde el director sintió y nos hace sentir el paraíso. Las casas sumergidas abren sus puertas, el mar entrega a sus muertos, de pronto la familia reunida, ha pasado por el fuego, está perfeccionada, esta vez está junta, para siempre.





De pronto acaba la visión, como si se hubiera tratado de un final falso, vemos a Jack en paz consigo, dentro de la ciudad, mira de nuevo el árbol, ya no percibe lo mismo.

Hay un campo de girasoles que abre y cierra la película, ni siquiera quiero intentar explicarme qué significa.

Sin considerar la relación personal y mi identificación con los momentos de infancia de Jack, sin tomar en cuenta la ternura, el delicado tratamiento y la gran performance actoral que hacen entrañables todos los episodios en esos suburbios, tan americanos y tan universales (sin ser colonialista o gringocentrista), las aventuras y travesuras infantiles, los inolvidables mimos y cuidados maternales, entre otros aspectos, la película de Malick utiliza cuanto recurso cinematográfico y de narración existe y los sublima, los eleva a tratados metafísicos, ya sin detenerme en la calidad fotográfica, en el exquisito diseño de sonido (habitual en malick, pero aquí llega a niveles kantianos), en la excelente y fluida banda sonora, de la pulcritud de las animaciones en 3D, y en fin, tanto, tanto que es complicado pensar en que será del cine después de esta película. Mientras que cada plano es una obra de arte por separado, en conjunto adquieren la categoría de obra maestra, una película que si se quiere ser antojadizo en clasificarla en algún “género” la pondría en el de las películas insuperables.

El árbol de la vida ha puesto la pelota del cine en Hollywood nuevamente, sé que por muy poco tiempo, pero pensando en lo decepcionante que fue el año pasado para mi sobre todo en el cine de los extramuros, pienso que muchas cosas en el cine (y en mi visión de la vida) ya han cambiado para mi después de esta película. Ya hasta da algo de frustración intentar hacer cine. Quizá supere esa sensación, quizá exagero, pero me importan cuatro rábanos que medio mundo odie la película y medio mundo la ame, nadie podría dudar que se enfrenta a una experiencia catártica, algo que consigue reunir, cual compendio, todo el conocimiento humano, todos los sentimientos, todas las experiencias (me refiero a las universales y las que marcan), casi todos los valores, casi todas las formas de decir y contar, y en fin, creo que ningún título había sido tan acertado. 


Estoy seguro que si se acercara a esta película con la disposición correcta, hasta el agnóstico más contumaz no evitará tener una epifanía o quizá y sólo quizá, alguna teofanía.

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